Cuatro expertos reflexionan sobre el azar, la casualidad y el dolor ante fallecimientos accidentales, inesperados, próximos y concentrados en el tiempo en situaciones que estrechan el contacto con las emociones y la capacidad de superación.
GABRIEL ASENJO, Pamplona
OPINAN LOS PSICÓLOGOS
Javier Urra
“Es precisamente el azar lo que nos hace darnos cuenta a los humanos de que no somos dioses”
María Contín
“Lo mejor, que muestren su dolor a través del llanto o de la ira, pero que no se lo guarden”
Emilio Garrido
“Vale más media hora de media suerte que una tonelada de sabiduría, dice un proverbio chino”
Iosu Cabodevilla
“Incluso la crueldad del destino o la orfandad quizá contribuyan a desarrollar algo que uno no hubiera desarrollado en otras circunstancias”
La suerte la conduce un cabello? ¿Labramos o padecemos el azar y el destino? ¿Se puede aprender algo de las tragedias fortuitas? Son preguntas que activan la reflexión en las últimas horas después de fallecimientos accidentales.
Casos cercanos, turbadores, tales como perder la vida conduciendo o morir atropellado paseando en bicicleta o caminando hacia el coche tras abonar el importe de la gasolina. U otro tipo de accidentes que activan igualmente fogonazos de ira e incredulidad como fallecer al golpearse la cabeza en un encierro con vaquillas o al caer de espaldas desde lo alto de un frutal que ha roto su rama, o ahogado tras ingerir una banderilla en un bar. O adelantando 24 horas las vacaciones y perecer en el trágico accidente de Barajas.
El azar del lugar y el instante Episodios vivos en la memoria en Navarra en los que se registran un cúmulo de casualidades fatales como en el ejemplo de, ahora hace un mes, en la Subida automovilista a Urbasa. Una avería inusual, de las que se califican como indetectables en un vehículo participante produjo la salida en descontrol de un coche justo por el único espacio de unos cinco muertos libre de quita miedos en el lugar del siniestro.
La tercera fatalidad, el deslizamiento del vehículo precipitándose hacia un prado donde caminaba un paseante ajeno a la competición acompañado de su mujer y un nieto.
Coinciden los expertos en que se trata de muertes que, por su sorpresa, desorganizan más la vida y aumentan la conmoción, “porque no ha habido posibilidad de despedirse y tiempo de preparar el adiós”, recuerda el psicólogo Iosu Cabodevilla. Y nos sitúan en esos límites difusos entre la tragedia y el milagro, según la experiencia de María Contín, psicóloga de Cruz Roja Navarra en el accidente de Barajas, ante el caso de una persona que al quedarse sin billete perdió a dos familiares. ¿Valen las palabras terapéuticas? Lo mejor, no hablar, atender “y comprender la mirada de dolor descomunal”, responde Contín, “y que muestren su dolor através del llanto o la ira, pero que no se lo guarden”.
Es aquello de estar en un lugar determinado en el instante preciso. “¿Por qué el que ocupa en un avión el asiento 9-A se salva y muere el que ocupa el 9-C?Es puro azar”, manifiesta Javier Urra psicólogo de la Fiscalía del menor en Madrid. Para Urra el azar “es lo que verdaderamente nos hace darnos cuenta que los humanos no somos dioses. No tenemos ninguna garantía, ninguna, de que ahora estemos hablando y dentro de un rato uno pueda dejar de hablar para siempre”. Urra considera desde su experiencia que “la vida se lleva en nuestros propios brazos” cuando se trata de personas con criterio, vocación y objetivos, pero, puntualiza, existen aspectos desde genéticos a azares mecánicos y de la técnica que escapan al control del hombre. “Ahí vemos a Santiago Carrillo que sigue fumando y, en cambio, otros que cuidan minuciosamente su salud…” Son esos aspectos fuera de control que se atraviesan en la vida los que para Urra descienden al hombre de su pedestal “y esa circunstancia de no ser dioses nos hace disfrutar de la sonrisa, de los amigos o de la familia”. El depender también de la técnica nos hace generar inseguridades” advierte Urra, coincidiendo con Emilio Garrido, especialista en psicología de la salud. Para Garrido, que recuerda en una de sus obras que en áreas metropolitanas semejantes a Pamplona mueren alrededor de 240 personas al mes, olvidamos que el morir es un estadio más de la vida porque “siempre creemos que el que muere es el otro y ni somos ‘supermanes” ni culturalmente estamos preparados para morir ”. El ajetreo de la vida actual, la comodidad propia de nuestra forma de ser, nos hace más propensos a que ocurran percances, manifiesta.
¿Azar? En tiempos de los bisabuelos se moría más y más temprano. Uno podía morir atropellado por un caballo. Hoy mata más la vida motorizada, aunque el motor salve más vidas que el caballo.
Para la física, a mayor número de unidades y movimiento en un espacio, más posibilidad de siniestro, aunque “vale más media hora de suerte que una tonelada de sabiduría dice un proverbio chino”, recuerda Emilio Garrido. El destino, crueldad y niños ¿Puede viajar el destino en una maleta para atrapar en el sufrimiento a un niño? Desde su experiencia como primer defensor del menor en la Comunidad de Madrid Urra opina que “son casos que el ser humano no termina de entender porque no lo ve justo. Por ejemplo, niños maltratados o víctimas de las consecuencias de un accidente como el de Barajas”.
Injusticias que se agigantan, añade, ante la presencia del dolor en un niño tras un acto terrorista “preparado y hecho por un ser humano, algo que lo he visto con ETA y con el IRA”. Iosu Cabodevilla, autor de varios libros sobre el final de la vida, en una lectura vitalista de la muerte, estima que, a veces, “incluso la crueldad del destino o la orfandad quizá contribuyan a desarrollar algo que uno no hubiera desarrollado en otras circunstancias”.
Para Cabodevilla, después de haber experimentado meses en una UCI los claroscuros de la muerte y la vida tras una intoxicación alimentaria, propone no vivir de espaldas a la muerte “como un coco del que hay que huir en esta sociedad postmoderna porque quizá no sea lo peor; quizá sea un regalo si lo afrontamos de forma diferente y si observamos que el morir es como abrazar la unidad con la naturaleza que hemos sido siempre”.